Reflexiones de un sábado por la mañana (CLXI).

Inocencia.

La entendemos como candidez y la denostamos por su componente de “pringao”, un elemento que, en proporciones elevadas, indica estar fuera de onda, sea cual sea esa onda.

Hoy no podemos permitirnos el perder la comba, dejarnos avasallar. Pero estamos locos por tener alguien en quien confiar. Hasta los malos.

Yo rescato la inocencia más cercana a la infancia. Esa que hace que un niño defienda y diga que algo es verdad porque “lo ha dicho mi padre” o “mi maestra”, sintiendo que esa palabra es irrefutable.

Decimos que no, aparentamos estar siempre a la última, pero las verdades sólo nos suenan, no nos impregnan. Y los niños vislumbran el funcionamiento de vivir en sociedad al romper barreras y adentrarse en lo prohibido, que no es sino ser adulto para algún que otro sabor, algo de humo y muchos sinsabores que esperan.

La inocencia los defendía. Algunos la perdían antes, quizá algunos demasiado tarde, pero los años les pasaban por encima mucho más despacio que ahora, que lo hace con un clic de ordenador, sin avisos ni cómplices. Ni explicaciones.

Maldigo los que rompen la burbuja del pensamiento sencillo, lógico y claro de los niños y lo hacen para convertirlos en soldados o juguetes sexuales. Los maldigo porque una carita de pocos años se habrá quedado sin su mirada limpia para siempre. Y quedará una persona de corta edad, lista para no aprender a creer en nada amable.

Se denuncian y arrestan a transmisores de pornografía infantil y –hace pocos días- se condena a padres capaces del maltrato a bebés de tres meses hasta provocarles daños irreversibles. La mayor de las tragedias es que estas malas personas no han pensado en lo más sencillo: los niños que han maltratado estaban en el mundo para ser defendidos por nuestra fuerza de cobijo, con la absoluta confianza en ser protegidos, dándolo por hecho. Nunca para lo contrario.

Los cervatillos en la selva no se fían y aprender a correr muy pronto. Los niños no tienen por qué, a menos que sientan un mordisco que les haga cambiar del cero al infinito. O peor, al revés, y se queden de pronto sin esa magia en los ojos, ese desparpajo que les ayuda a pedir juguetes a los Reyes y buscar a sus amigos en el patio.

Si llevo mucho tiempo pidiendo que eduquemos a los niños poniéndoles límites en su egoísmo, pido mil vidas para rogar que ni uno solo deje de serlo porque le hayamos roto en pedazos su universo, un sitio donde ningún degenerado está invitado a entrar.

Yo, si voy corriendo por una calle solitaria lista para cruzar sin pararme y veo a un niño de la mano de su padre en la acera contraria, juro por mis corvas que me espero a que el semáforo se ponga verde. Puedo asegurar que muchas de cada diez veces el niño se ha dirigido a su padre diciendo algo parecido a “ese gordo se tenía que esperar, ¿a que sí?”.

No es gran cosa, pero hace el avío porque el niño ve que hay reglas que son para todos. No es tan difícil.

Tengan todos ustedes muy buenos días.

2 Responses to Reflexiones de un sábado por la mañana (CLXI).

  1. Lectura sabática II
    Es mi segunda semana después de mi primera lectura en este foro, así que me dispongo a numerar mis sábados como tu haces con los tuyos.
    A mi , al leer este artículo tuyo se me quedan dos preguntas metiditas entre cana y cana.
    ¿Estarás mas gordo que yo?
    ¿Que hace que tantas y tantas personas no lleguen a entender lo importante que es la bondad, -sin concesiones, la bondad-, en la educación del ser humano?
    Estoy convencido de que ver la vida desde la perspectiva de un niño con los conocimientos de adulto, aparte de ser el sueño eterno, acabaría con muchos de los males de la humanidad, sobre todo con la percepción de «humanidad» que gastamos generalmente.
    Gracias por compartir el texto.

  2. Gabriel dice:

    Bienvenido te dije para quedarte y agradecido te digo por hacerlo.
    La perspectiva del niño es innegociable. Seguir dejándonos llevar por la mercadotecnia que los incorpora al mundo adulto del consumo es una monstruosidad.
    Si además no encontramos ya ni el tiempo de abrazarles estamos perdidos.

    Gracias por pasar por esta casa.
    Me temo que mis más de nueve decenas de kilos dejan clara la respuesta a una de tus grandes preguntas.

    Saludos y gracias.

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