Súper héroes (6).

2011/04/16

Súper Sopa.

 

Hartos de héroes cuyo origen geográfico gira –siempre, pero siempre- cerca de Conneticut, Oklahoma o Nueva York, presentamos hoy la deslumbrante biografía técnica –consolidada- de la sin par hija de doña Gracita Peña de Heinscherless, panadera de Cáceres capital, reconocida ya mundialmente (la hija) como una de las grandes en poderes, hazañas y disfraz ceñido (pero ceñido, ceñido, la cabrona).

A muy temprana edad, la niña llamada Fonsita Padera Peña, encargada de amasar harina desde temprano, faltó a su obligación para el negocio familiar. La razón: que se quedó frita. Llamada a despertarse con dulces estacazos en los riñones, Fonsita se dio la vuelta, cayendo desde lo alto de un montón de sacos hasta el fondo, unos diez metros más abajo, del silo donde se apiñaban los fardos.

Rescatada a los dos días, hubo que despertar a la niña a base de gritos y cánticos de morsa congoleña, esa especie que al mismo tiempo pasa una tiza larga y las uñas por una pizarra mientras mastica limón en papel de aluminio. La niña sonrió en redondo y –dicen- salió por su propio pie hasta la calle, donde, limpiamente, se recostó sobre el asiento delantero de una bicicleta sin dueño aparcada cerca, donde quedó atravesada y dormida profundamente.

Pasó el tiempo y, entre inyecciones diarias de cafeína, pellizcos de monja y sustos, Fonsita sobrellevó como pudo su estado de consciencia, aunque no le dejaban dar el cambio a los clientes.

Hasta que llegó el gran día.

Era un tipo alto, rubio y feo con intención, el que entró en la tienda.

-¿Tantuspadre, niññiaa?, -preguntó el joven encorbatado, arquetipo, prototipo y vayatipo del vendedor por antonomasia.

-Ponosé, -dijo Fonsita.

Y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, el tipo enumeró las ventajas del nuevo horno eléctrico para panaderías de la marca Kemopan, sin olvidar rentabilidades actuales y futuras, así como facilidades de uso y hermosura de aspecto, porque esos hornos, con esos colores (blanco, marfil y metalizado) pegan con todo.

Terminó su exposición el comercial y, sin hacer ruido, se fue a la calle sin dejar de ciscarse en la leche que mamó aquella joven: Fonsita, sin apoyarse en el mostrador, roncaba como un tractor antiguo sobre maíz tostado.

A raíz de la atención recibida, el rubiales –que después se comprobó teñido- abandonó la panadería y fue a intentar vender su ¡inexistente! producto a otros panaderos, algunos de los cuales, advertidos por los ronquidos de Fonsi, desistieron de la inversión.

La hazaña de Fonsi, que extendió a cualquier explicación que recibiera en su vida, evitó un gasto enorme en los profesionales de la panadería, bollería y dulcería en general hasta los confines de Salamanca, pegando ya con Zamora.

De pie, como un tronco, recibió un par de medallas al mérito del alcalde, quien bostezó ante su propio discurso.

Desde entonces, Fonsi, Súper Sopa, ataviada con unas mallas que ponen a más de uno a revienta calderas, se duerme en cualquier conferencia o tramo larguilento de más de una ópera. De hecho, una de sus hazañas más comentadas y aplaudidas fue quedarse sopa justo cuando le tocaba un saque de tenis y –sobre todo- debajo de la ducha posterior al partido.

Si algo no te gusta. Si el discurso de un mitin te pone enfermo, llama a Súper Sopa, la heroína que cambiará tu vida proporcionándote un estado de letargo inmediato. Sin química añadida ni efectos secundarios. Incluso mientras aplaudes.

¡Tarararán tatán!: ¡Súper Sopa!


Reflexiones de un sábado por la mañana (CLXVI).

2011/04/16

Filosofías.

 

Nos echamos cualquier día a compartir unas cervezas, sin movernos porque ya no sabemos bailar, y nos da de pronto por pontificar. Es difícil de evitar.

Del conjunto de saberes que buscan el sentido del obrar humano y el conocimiento de la realidad, nos olvidamos de entrada, porque nos largamos a proponer nuestra filosofía. Con el mayor descaro, amparados en una camaradería que no se ha puesto a prueba más allá de nada.

Vamos, con toda la cara.

Lo último es hablar de política, para evitar las broncas con los colegas. La política, eso de organizarse para vivir juntos, chirría desde el principio, teniendo en cuenta la facilidad de parecer de un lado o del otro a las primeras de cambio.

Desechamos hablar –según edades medias- de los padres –unos tipos que no están en el mundo aunque nos lo han construido ellos-  o de los hijos –unos tipos que no comprenden aún nada del mundo a pesar de tanto Internet, sin saber que no habrá otro mundo que el de ellos.

Hablar del trabajo está increíblemente mal visto. ¿Cómo puede alguien llevarse el estrés de su jornada laboral a una reunión donde debemos soltar lo mejor de cada uno y compartirlo con los amigos? Hablar del trabajo está penalizado con la creación de pequeñas conversaciones, en grupos que atomizarían de modo inmediato al grupo madre, por pequeño que ya fuera éste.

Entonces, ¿de qué hablar? Insisto: de la filosofía de cada uno. De esa intención que decimos tener tan clara para arreglar las cosas. De la capacidad que tendríamos para sustituir a los incapaces que se encargan de liar más los asuntos, en lugar de darles solución. Así, así es como una reunión puede aguantar hasta un buen par de horas sin que decaiga.

Hasta que, en un aspecto concreto, alguien nos pilla en esa delicadísima cuestión del “cómo”. Entonces, el buen ambiente creado y la magia del vacío se van juntas al carajo y el espíritu que hincha los corazones de las buenas voluntades arría las velas.

Esta pregunta la suele hacer quien más se ha preocupado de preparar la fiesta, ese tipo de personas sencillas y trabajadoras, además de solidarias, que, harta de ir y volver cargada de bebidas y cosas para picar, se sienta por fin en el brazo de un sofá y, en medio del huracán de ideas que crece y se expande, introduce la cuña en cuestión.

-¿Cómo haríamos día a día para que la vida funcionase mejor?, -le da por decir.

Con esta pregunta demoledora, el grupo de pensadores occidentales se queda como un balón sin aire y el silencio, abrumador y producto del aplastamiento, se hace dueño absoluto de la situación.

A ver quién, a partir de entonces, propone vivir con menos consumo, menos ambición, menos derroche y más solidaridad. A ver quién cojones, entonces, dice renunciar al sueldo fijo ante los poderosos, para que vean que su poder está cimentado sobre la mentira de unos papelitos. unas anotaciones en cuenta y el miedo solidario que les tenemos.

Siempre cabe seguir bebiendo. La otra opción, la de montar una simple cadena de protesta permanente, no necesariamente a gritos, es más pesada. Exige reconocer que una única filosofía, la del respeto a la dignidad del ser humano, es lo más concreto y necesario que hay en este planeta. Pasa, por ejemplo, por pedir a diario que los sueldos de los políticos, sus nóminas y sus declaraciones de la renta, se expongan en un tablón de anuncios. Y que se puedan discutir.

Si quieren flores para sus despachos, que las paguen ellos.

No es una forma explosiva de despedirse en una reunión de colegas hermanados por el alcohol, pero, como principio, no estaría del todo mal.

 

Tengan todos ustedes muy buenos días.