Súper Sopa.
Hartos de héroes cuyo origen geográfico gira –siempre, pero siempre- cerca de Conneticut, Oklahoma o Nueva York, presentamos hoy la deslumbrante biografía técnica –consolidada- de la sin par hija de doña Gracita Peña de Heinscherless, panadera de Cáceres capital, reconocida ya mundialmente (la hija) como una de las grandes en poderes, hazañas y disfraz ceñido (pero ceñido, ceñido, la cabrona).
A muy temprana edad, la niña llamada Fonsita Padera Peña, encargada de amasar harina desde temprano, faltó a su obligación para el negocio familiar. La razón: que se quedó frita. Llamada a despertarse con dulces estacazos en los riñones, Fonsita se dio la vuelta, cayendo desde lo alto de un montón de sacos hasta el fondo, unos diez metros más abajo, del silo donde se apiñaban los fardos.
Rescatada a los dos días, hubo que despertar a la niña a base de gritos y cánticos de morsa congoleña, esa especie que al mismo tiempo pasa una tiza larga y las uñas por una pizarra mientras mastica limón en papel de aluminio. La niña sonrió en redondo y –dicen- salió por su propio pie hasta la calle, donde, limpiamente, se recostó sobre el asiento delantero de una bicicleta sin dueño aparcada cerca, donde quedó atravesada y dormida profundamente.
Pasó el tiempo y, entre inyecciones diarias de cafeína, pellizcos de monja y sustos, Fonsita sobrellevó como pudo su estado de consciencia, aunque no le dejaban dar el cambio a los clientes.
Hasta que llegó el gran día.
Era un tipo alto, rubio y feo con intención, el que entró en la tienda.
-¿Tantuspadre, niññiaa?, -preguntó el joven encorbatado, arquetipo, prototipo y vayatipo del vendedor por antonomasia.
-Ponosé, -dijo Fonsita.
Y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, el tipo enumeró las ventajas del nuevo horno eléctrico para panaderías de la marca Kemopan, sin olvidar rentabilidades actuales y futuras, así como facilidades de uso y hermosura de aspecto, porque esos hornos, con esos colores (blanco, marfil y metalizado) pegan con todo.
Terminó su exposición el comercial y, sin hacer ruido, se fue a la calle sin dejar de ciscarse en la leche que mamó aquella joven: Fonsita, sin apoyarse en el mostrador, roncaba como un tractor antiguo sobre maíz tostado.
A raíz de la atención recibida, el rubiales –que después se comprobó teñido- abandonó la panadería y fue a intentar vender su ¡inexistente! producto a otros panaderos, algunos de los cuales, advertidos por los ronquidos de Fonsi, desistieron de la inversión.
La hazaña de Fonsi, que extendió a cualquier explicación que recibiera en su vida, evitó un gasto enorme en los profesionales de la panadería, bollería y dulcería en general hasta los confines de Salamanca, pegando ya con Zamora.
De pie, como un tronco, recibió un par de medallas al mérito del alcalde, quien bostezó ante su propio discurso.
Desde entonces, Fonsi, Súper Sopa, ataviada con unas mallas que ponen a más de uno a revienta calderas, se duerme en cualquier conferencia o tramo larguilento de más de una ópera. De hecho, una de sus hazañas más comentadas y aplaudidas fue quedarse sopa justo cuando le tocaba un saque de tenis y –sobre todo- debajo de la ducha posterior al partido.
Si algo no te gusta. Si el discurso de un mitin te pone enfermo, llama a Súper Sopa, la heroína que cambiará tu vida proporcionándote un estado de letargo inmediato. Sin química añadida ni efectos secundarios. Incluso mientras aplaudes.
¡Tarararán tatán!: ¡Súper Sopa!