Reflexiones de un sábado por la mañana (XVII)

2008/06/14

Fiestas y premios literarios.

 

Quedamos a cenar por la noche, porque somos originales. Mientras nos servían unos gurruñitos de palomo peruano sobre hojas verdes de Katmandú, avisaron de la primera selección de obras para tirarlas a la basura. Y es que todavía no he dicho que quedamos para cenar de gorra en una fiesta donde se daba un premio literario.

Por una pantalla grande, el alcalde decía que viva la Virgen del Almendro Garrapiñado (un milagro industrial para el pueblo) mientras el dueño de la Editorial con capital japonésido Mirake Teleo indicaba con el pulgar por dónde podían largarse los siguientes autores:

Josiño Lamporil, junto con su obra “La mar, la mar de grande y mojada”.

Amaranta Gonista, autora de “Picadme si podéis, que ya veréis”.

Los dos ocupantes de la tribuna, sonriendo e intentando desplazarse con el hombro dijeron que volverían tras la segunda deliberación.

A continuación, nos sentamos en las mesas que tenían asignadas los verdaderos dueños de las entradas. Y es que en el club “Potagest”, donde habíamos almorzado para la entrega del torneo de dominó de Villa Llaves, nos encontramos un puñado de invitaciones que repartimos entre los de Contabilidad Analítica y, las que sobraban, para mis primos. Y allí estábamos, tan ricamente.

Le quitamos todo el peso que pudimos al camarero de las bandejas de pan con jamón y después ayudamos a transportar, mejor vacías, las copas de cerveza. Y en ello, volvieron a aparecer en pantalla los de antes.

-¡Qué viva la Virgen!, ¡Que menuda fiesta esta!

-Tenemos la segunda y penúltima ronda antes del premio final. Que hagan el favor de irse y no volver por aquí, los siguientes autores de mierda:

Joshua Retortero, con su esperpento “No arañes el futuro, Wendy Nicanora”. Un ejemplo de talar árboles para nada.

Javierito Jesús Jícara, y su delito literario “Haberlo pensado antes”; y que se aplique su propio título.

Esta vez se cayeron los dos anfitriones del entarimado y, cómo estaríamos de tinto, que sólo se rieron los camareros, con pequeñas consecuencias de gambas correteando por algunas espaldas escotadas. En mi mesa se las llevó Agata Miranda, pero se las dejó porque le encantan las cosquillas por la zona lumbar.

Y llegó el final. De la cena, primero: Café, café con pan migado, galletitas blancas, azúcar moreno: Había de todo. El alcalde ya no apareció en pantalla, sino que celebraba la romería por las mesas, diciendo que estaba hasta el astrágalo del tío de la editorial. Cuando pasó a nuestro lado, doña Purina, la de Auditoría, le dio un pellizco que habría dejado moretones a un rinoceronte.

Y llegó el final. De la entrega de premios. Habló el de la editorial por pantalla:

-Hemos estado sorprendidos, unos minutos, porque había una obra de la que se entendía algo. Y dijimos los del jurado “pues qué demonios”. Pero una vez sacada la lista de la compra, la obra cumple los peores requisitos exactos y se la hemos tirado a la cara a los últimos candidatos. Así pues, dejamos desierto el premio, que será gastado en más gambas para los presentes, a ver si contratamos a camareros menos torpes.

Cinco minutos después, mientras guardábamos dos cajas de gambas para almorzar el domingo, vimos acercarse a los concursantes armados con cien ejemplares cada uno de su obra presentada al concurso. Venían con los que habían perdido sus entradas, a los que dijimos que empezaría “sobre la una de la madrugada o así”.

No creo que esta forma de dar premios literarios sea representativa, ni mucho menos… pero salimos por la puerta lateral número 3, que nos quedaba cerca del coche.

Tengan ustedes muy buenos días.